Diario de una Esposa Traicionada por Rocio H. Gómez

Capítulo 503



Capítulo 503 

Luego, él se levantó con despreocupación, terminó su vaso de leche de un sorbo y, dejándolo sobre la mesa, dijo: “La señorita Coral tendrá que mantenerme ese camino de escape siempre abierto. Si no me va bien, regresaré a refugiarme contigo.” 

“¡Tio!” 

Al lado, Elías, que sostenía su taza tomando leche, miraba a Camilo con reproche y puchero, diciendo: “¿No tienes que trabajar hoy?” 

La ternura en el rostro de Camilo desapareció, lanzándole una mirada fulminante, “¿Ya te cansaste de mí, chiquillo?” 

Elias resopló, “Cuando estás aquí, tía solo tiene ojos para ti.” 

Luego, Camilo fue expulsado por Elías. 

Después de llevar a Camilo al ascensor, el pequeño bebé subió gateando sobre mí y me dio un beso en la cara, “Tia, ¿a quién quieres más, a mí o al tío?” 

No pude evitar reírme, “A ti, a ti te quiero.” 

-Pero amo a tu tío. Pensé. 

Bar Puesta de Sol era sereno como el agua, el club más exclusivo de Puerto Nuevo. 

Ubicado en una zona tranquila a pesar de estar en el centro, con entrada exclusiva para miembros y una tarjeta de membresía que cuesta un dineral. 

Gastar ese dinero solo te da una entrada, el derecho a entrar y salir del club cuando quieras, ¡pero los gastos corren por tu cuenta! 

Y la tarjeta no se puede transferir ni devolver. 

Esta regla marca claramente las clases sociales, dejando a la gente común fuera, mirando desde afuera. 

En un giro del pasillo, Vicente Benítez observaba a la mujer vestida de camarera frente a él, satisfecho, pero aun así quería asegurarse, “¿Sabes cuál es tu objetivo?” 

“Sí.” 

La expresión en el pequeño rostro de la mujer era serena pero algo fría, “Quedarme al lado del presidente Montes.” 

En otras palabras, convertirse en la mujer del presidente Montes. 

Vicente sonrió, “Si lo sabes, está bien. Solo tienes esta noche para lograrlo. Si tienes éxito, yo me haré cargo de todos los gastos médicos/de tu madre, o tal vez el presidente Montes se sienta generoso y no te faltará nada. Pero si fallas, sabes qué te espera.” 

Las manos de la mujer temblaron ligeramente, sabiendo que no tenía otra opción, “Voy para allá.” 

Ella creció en una familia monoparental, con solo su madre como familia. Su madre siempre tuvo problemas cardíacos, pero por falta de dinero, nunca pudo operarse. 

En los últimos años, la condición de su madre empeoró, llegando a un punto crítico que requería cirugía inmediata. 

Ella estaba desesperada, llorando todos los días, pero incapaz de conseguir el dinero necesario. Fue 

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entonces cuando Vicente la encontró. 

Su misión era seducir a ese hombre del que se decía que con solo golpear el pie, Puerto Nuevo temblaría… 

Al principio, ella se negó. Primero, porque tenía su propia moral, y segundo, porque hombres como él, ¿qué tipo de mujer no habían visto? Además, ella no se consideraba deslumbrante, sin ser capaz de seducir. 

Pero por alguna razón, Vicente estaba seguro de su éxito y simplemente le dijo que lo intentara. 

Llevando una bandeja, tocó la puerta y entró en el salón privado que Vicente había indicado, con la luz 

tenue. 

A diferencia de otros salones, este no tenía un ambiente tan animado. Sin mirar a los rostros, identificó de inmediato cuál era el presidente Isaac Montes. 

La razón era simple: su presencia era demasiado dominante y severa. Su sola presencia era suficiente para hacer que uno se comportara con cautela. 

Ese aura de líder no era algo que cualquier joven de buena familia pudiera tener. 

Thiago Fernández frunció el ceño y no la miró directamente, “Deja el vino y puedes irte.” 

“Está bien.” 

En el momento en que la mujer habló, Thiago se sorprendió, girando bruscamente hacia ella. 

No fue el único con esa reacción. 

También estaba Isaac, que había permanecido en silencio hasta entonces. 

¡Las luces se encendieron de repente! 

Cuando Isaac vio claramente su rostro, un destello de tristeza cruzó su mirada, pero la mantuvo fija en ella, como tratando de verla a través. 

Había escrutinio e investigación, y aún más, peligro. 

Ella se esforzaba por mantener la calma, y justo cuando creía que ya no podía más, Isaac soltó una risa fría y preguntó: “¿Cómo te llamas?” 

“Carla Flores.” 

Capitulo 504 


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